El garbanzo tiene cartas de nobleza muy antiguas que le fueron concediendo una sucesión de farmacéuticos, herboristas y médicos. Al menos, desde el siglo IV a.C. Los más atrevidos incluso los adornaron con propiedades mágicas. Hipócrates, Dioscórides, Galeno y Oribasios están entre los nombres de estos predecesores de tales ciencias. Así pues, durante mucho tiempo esta leguminosa fue reconocida con una triple propiedad: tónica, curativa y afrodisíaca.
Tónica: El médico bagdadí Ishaq ibn Imran (siglo X) aseguraba que el garbanzo «acrecienta la sangre y fortifica el cuerpo entero».
Curativa: El gran Leonardo da Vinci viene a reconocer que «el agua de remojar los ceci tiene la triple virtud de limpiar los riñones, disuelve los cálculos biliares y elimina las lombrices intestinales».
Afrodisíaca: Ibn al-Baytar, botanísta árabe (1179-1248), recuerda que las virtudes asignadas al garbanzo en esta materia eran tantas que «a los sementales se les daba como alimento» para ayudar al buen ejercicio de sus tareas.